Toda la gente en el pueblo conocía la maldición que pesaba sobre la casa y sobre todo aquel que la habitaba. Fue por eso que nunca se atrevían a salir a la calle cuando el nuevo inquilino de la tétrica mansión atravesaba el pueblo para tomar posesión de la misma. Todo aquel que llegaba nuevo era avisado de la historia de la casa, de las brutales muertes de aquellos que la habitaban y de todos aquellos que habían entablado amistad con ellos. Muchos explicaban que el primer dueño de la casa murió de forma brutal y nunca se supo quien o que lo había matado. El alma en pena de ese pobre hombre busca venganza por su muerte y mata a todo aquel que tenga relación directa con su casa, de la misma forma brutal en que fue asesinado. Todo el mundo sabía también que el pueblo se cubría de nubes de tormenta desde que llegaba el nuevo inquilino hasta su muerte que amanecía al día siguiente con un esplendido sol tras una noche abatidos por una feroz tormenta. Nadie duraba más de diez días.
Ya casi había terminado el plazo y todos esperaban la feroz tormenta que daría fin a la vida del dueño actual de la mansión, pero en vez de comenzar se oyó una explosión y todos salieron para ver que ocurría en la casa. La sorpresa y la alegría inundo a todos al darse cuenta de que en el lugar que solía ocupar la antigua mansión, ahora solo había unas humeantes ruinas. No solo se alegraron los vecinos del pueblo, sino que parecía que las nubes que los cubrían también se alegraban de que hubiese terminado la maldición y para celebrarlo no llovió sino que nevó, nevó toda la noche y todo el día, y en el pueblo hicieron fiestas para celebrar su felicidad, pero también hicieron un funeral para el ultimo dueño de la casa. Cuando los vecino se fueron a dormir, la nieve seguía incólume en toda la calle que llevaba hacia la casa, pero cuando amaneció todos pudieron ver miles de huellas que se alejaban de ella y todos supieron cual había sido el desenlace de la maldición.
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